26 Apr
26Apr

Del acoso y abuso sexual hay mucho que decir y tela que cortar, así que motivada por todo lo que se está diciendo por redes sociales, quiero comenzar hablando de la credibilidad de las victimas.


La experiencia de culpa que vivencian las víctimas es un proceso sumamente complejo, debido a las introyecciones (creencias, ideas, pensamientos que no son nuestros, pero los asumimos como tal) personales y del entorno en el cual se rodean, que inciden sobre su propio criterio. Esta es una de las aristas que nos permite comprender porqué algunas denuncias no son realizadas en el momento de la agresión, sino algún tiempo después. Esa delgada línea en la que de alguna manera naturalizamos o normalizamos el abuso.


Para el tercero de la historia, cuando un otro denuncia acoso y/o abuso sexual, se establece como un período de shock o de sorpresa, que eventualmente se va transformando en culpa y responsabilidad por considerarte un cómplice del acto que afectó a ese otro. Y esta es otra posición muy compleja, porque hay cualquier cantidad de razones válidas; desde la inocencia, hasta la ignorancia y evitación (no es asunto mío), para no corresponder a la denuncia inmediatamente.


Creo que puedo decir que eso está cambiando y continuamos haciendo modificaciones al respecto, pues se han desarrollado movimientos como el #Metoo que han permitido visibilizar la credibilidad de las víctimas y asumir una postura suficientemente empática para reflexionar al punto que nos cuestionamos introyectos que teníamos normalizados desde la niñez.


Hace algunas semanas, me reuní con unas amigas y comentábamos con angustia y preocupación sobre los eventos en Altamira y Chacaito en los cuales agredian y acosaban a mujeres por la calle. Desde hace algunos días atrás se han reportado denuncias de ciberacoso y hoy se reportó una denuncia de acoso y actos que podrían considerarse lascivos contra quién sabe cuántas mujeres y niñas involucradas. 

Visibilizar la agresión, el dolor producto de la experiencia es lo que nos permite aprender y forjar criterios propios que nos lleven siempre al cuestionamiento del comportamiento. Hace algunas décadas, parecía normal que una niña/o de 13 años saliera con un adulto de 18 años o más, inclusive se apreciaba un estatus de madurez más elevado para esta niña/o. Hoy sabemos y podemos confirmar que no es correcto una relación con esta diferencia de edad ya que va mucho más allá de un tema madurativo; pues se involucran los intereses sociales y sexuales, estados de conciencia, experiencias previas y/o similares que puede tener una niña/o de 13 años en contraposición con un adulto de 18 o más.


La visibilización de la víctima es una invitación al cuestionamiento de nuestros propios introyectos.


Finalmente, trabajar diariamente con niños y adolescentes que ingresan por maltrato y agresión física y/o verbal a la entidad de atención, me ha permitido constantemente cuestionar mi propio criterio y hoy por hoy, tengo claridad en cuanto a las manifestaciones del maltrato y acoso. También me ha hecho comprender la importancia del vínculo (que se los repito mucho) y el acompañamiento emocional que es necesario recibir. La psicología abre una ventana para respirar, para sanar y permitirse continuar.

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