31 Mar
31Mar

Hace algún tiempo, se reunieron en un gran parque de cerezos, todos los sentimientos, emociones y cualidades de los seres vivos. Cuando el aburrimiento había bostezado ya por tercera vez consecutiva, la locura, como siempre tan loca, les propuso:

— ¿Jugamos al escondite?

La intriga arqueo y levantó las cejas intrigada y la curiosidad, sin poder contenerse, preguntó:

— ¿Al escondite? ¿cómo se juega eso?

— Es un juego —explicó la locura — en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta el millón mientras ustedes se esconden, para cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes al que encuentre ocupará mi lugar contando para continuar el juego.

El entusiasmo bailó secundado por la euforia, mientras que la alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba hacer nada. No obstante, no todos quisieron participar: La verdad prefirió no esconderse, ¿para qué?, si al final siempre la encontraban; y la soberbia opinó que era un juego muy tonto pero en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido suya; y la cobardía, la cobardía prefirió no arriesgarse.

—Uno, dos, tres,...—. Comenzó a contar la locura.

La primera en esconderse fue la pereza que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino. La fe subió al cielo y la envidia se escondió tras la sombra del triunfo que, con su propio esfuerzo, había logrado subir a la copa del árbol más alto.

La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: un lago cristalino, ideal para la belleza; la grieta de un árbol, perfecta para la timidez; una ráfaga de viento, magnífica para la libertad. Así que pensando en ello, terminó por ocultarse en un rayito de sol.

El egoísmo  en cambio, encontró un sitio muy bueno, ventilado, cómodo, eso si, solo para él. La mentira se escondió en el fondo de los océanos ¡Mentira! En realidad, se escondió detrás del arco Iris. Y la pasión y el deseo en el centro de los volcanes. El olvido...se me olvidó donde se escondió.

Cuando la locura contaba novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve, el amor aún no había encontrado sitio para esconderse pues todo se encontraba ocupado. Hasta que divisó un rosal, y emocionado, decidió esconderse entre sus flores.

— Un millón — Contó la locura. Y comenzó a buscar. 

La primera en aparecer fue la pereza, solo a tres pasos de la piedra. Después se escuchó a la fe discutiendo con Dios en el cielo sobre filosofía, y a la pasión y al deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia y, claro, pudo deducir donde estaba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solito salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas.

De tanto caminar sintió sed, y al acercarse al lago, descubrió a la belleza. Con la duda resultó ser más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de qué lado esconderse. 

Así fue encontrando a todos: el talento entre la hierba fresca; la angustia en una oscura cueva; la mentira detrás del arco Iris, mentira, ella estaba en el fondo del océano; y hasta al olvido, al que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite.

Al poco tiempo, noto que el amor no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo del parque, y cuando iba a darse por vencida, divisó un rosal lleno de rosas blancas. 

Tomó una rama y comenzó a moverla cuando de pronto un doloroso grito se escuchó, las espinas habían herido en los ojos al amor, la locura no sabía qué hacer para disculparse: lloró, rogó, le pidió perdón y hasta prometió ser su ayudante personal.

Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en el parque de cerezos, el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña.

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