Y aquí estoy, a la misma hora, el mismo día, en la misma habitación de siempre. Como cada tarde, empiezo a tocar la melodía de siempre, esa que es tan especial para mi. Me gusta acelerar el tempo, retrasarlo, cambiar alguna nota aquí, alguna por allá...bajo estas cuatro paredes me siento a gusto, vivo.
Bueno, en realidad son tres paredes, porque la cuarta la sustituye un cristal al que le han dado una capa de pintura, como si así llegara a ser una pared. Dejé de buscarle sentido a ese cristal hace mucho tiempo, siempre ha estado ahí, haciéndome compañía.
Este es mi pequeño rincón, algo que he acabado haciendo mío: Yo, el piano, el polvo acumulándose en las esquinas, esa pared de cristal con una mano de pintura blanca y la chica que se pasea detrás de él. Eso lo bueno del cristal-pared, es lo suficientemente cristalino para poder intuir lo que hay detrás. Y como cada tarde, es ella la que está detrás.
Ella no toca el piano, ni la guitarra, ella solo baila, siendo de las cosas más bellas que he podido contemplar. A veces pienso que baila por mí. Para mí. Porque siempre está todas las tardes, a la misma hora, tras el mismo cristal de siempre. Creo que se convirtió en la única razón por la que sigo viniendo aquí, sin darme cuenta se convirtió en la razón por la que sigo tocando.
Todas las tardes la encuentro calentando, siempre está antes de que llegue yo. Y todas las tardes como un tonto observo su silueta, estirando los pies, la espalda. Ella inspiró la primera canción que compuse, con sus vueltas, sus saltos y sus movimientos de brazos. Verla bailar es lo más bonito y conmovedor que puede haber, transmite tranquilidad.
Siempre se va antes de que lo haga yo, pero nunca me atrevo a salir de la habitación y decir un simple "Hola". Me paralizan las preguntas y las dudas. ¿Me verá ella también? ¿sabrá que soy yo el que toca esas canciones? ¿sabrá que existo? Me conozco de memoria sus movimientos, sus pasos...me gusta verla moverse con cada nota mía, hace que ese momento de conexión sea especial. Hace que siga queriendo tocar esa melodía una y otra vez, hasta que se dé cuenta de lo importante que es para mí. Sé que si la viera por la calle, sabría que es ella por su forma de moverse. Pero ella ni siquiera sabría quien soy yo. No me imagino lo que es estar en frente de ella, creo que me quedaría bloqueado por su mirada. Una mirada que no sé cómo es.
No sé su nombre, pero de alguna forma sé que pronunciado en mis labios debe de sonar como el más bonito del mundo. No sé cómo es el sonido de su voz, de su risa, pero escuchada en mis oídos debe de parecer la melodía más dulce y contagiosa que pudiera oír.
Seguirá siendo así, sin saber su nombre, ni el sonido de su voz, ni cómo es su mirada, porque soy demasiado cobarde como para atreverme a pasar a la habitación de al lado, aun cuando, solo nos separa un cristal mal pintado.
Me enamoré de unos brazos que jamás rodearé. De unos pasos de baile. Del movimiento de unos pies. Me enamoré de una silueta. Pero con esto me conformo, con poder verla bailar a través de un cristal. Llamándola "ella", soñando con algo que nunca será ¿o sí?