14 Aug
14Aug

     El concepto de identidad se puede abordar desde la perspectiva individual y desde la social, siendo ambas necesarias para el completo entendimiento de la identidad del individuo. Lo individual hace referencia a quién es la persona como organismo único que se siente diferenciado del resto, mientras que lo social se refiere a la manera en que el individuo se relaciona con el entorno y cómo se da la identificación o diferenciación del mismo (Fernández, 2012).

 
     Desde que el individuo nace (biológicamente determinado como “hombre” o “mujer”) se construye una identidad propia, diferenciándose de los demás que lo rodean.


     Como les indiqué en post anteriores, para comprender la identidad y diversidad sexual debemos hacer una distinción entre los conceptos de sexo y género. Entendiendo al primero como aquellas características biológicas y físicas usadas típicamente para asignar el género al nacer, como son los cromosomas, los niveles hormonales, los genitales externos e internos y los órganos reproductores. Y al segundo como la construcción social, cultural y psicológica que determina el concepto de mujer, hombre y de otras categorías no binarias o normativas. Es la conceptualización de nuestra identidad y comportamientos.


     Recordando ello, podemos retomar la identidad sexual que la entendemos como la percepción y manifestación personal del propio género. Es decir, cómo se identifica alguien independientemente de su sexo biológico. La identidad de género puede fluir entre lo masculino y femenino, no existe una norma absoluta que lo defina.


     A partir de la identidad, se establece la orientación sexual de los individuos que es un proceso cambiante y no estático. Se trata de “la ‘dirección’ del deseo sexual (...) si la capacidad erótica-afectiva se dirige a un individuo del mismo sexo, de otro sexo o de ambos sexos” (Ortiz-Hernández, 2005, p.53).

 
     Desde el modelo psicoanalítico de Freud, se une la identidad de género con la orientación sexual, de manera que el niño, pequeño aún, se identifica con su padre (representante de la masculinidad) lo que lo conduce hacia la heterosexualidad, pues esta identificación permite al niño, en un futuro, establecer relaciones con mujeres, con el objetivo de conseguir a una que se parezca a su madre, tal y como su padre lo hizo. Esta concepción se entiende a partir de lo que Freud denominó Complejo de Edipo. “Este es el origen de cómo podemos leer la orientación sexual de alguien a través del desempeño de la identidad de género” (Kimmel, 1997, p.8).


     Ahora teniendo claro estos conceptos y definiciones que como individuos que somos podemos experimentar, me pregunto qué hacemos con el otro, con la familia y los amigos que nos acompañan y forman parte de la construcción que hacemos de nosotros mismos en relación a nuestra propia sexualidad e intereses sexuales. De aquí parte lo que conocemos como duelo, el nuestro propio y el del otro; los padres, hermanos, amigos y personas cercanas que también atraviesan duelos debido a las expectativas y representaciones que se tienen sobre el individuo y todo lo que conlleva la pérdida de la heterosexualidad si es el caso. Judith Butler refirió en 1990 que “toda identidad sexual procede de una pérdida”, haciendo referencia a la experiencia de duelo, la reacción a la pérdida del ideal y la expectativa que tenemos sobre el otro.

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