19 Jun
19Jun

Los tatuajes son un auténtico fenómeno social y estético. Desde que pasaron de los ambientes carcelarios a las pasarelas de moda y a todo tipo de grupos demográficos en la mayoría de países occidentales, se han venido normalizado tanto que ya no resultan extraños , tal y como sucedía hace algunas décadas.

Entendemos por tatuaje a aquella imagen que se queda plasmada en el cuerpo de manera permanente al inyectarse una serie de tintes en la capa intermedia de la piel (Álvarez, 2000). No obstante, estas imágenes no son meros garabatos puestos al azar sino que, por lo general, tienen un significado concreto para la persona que los lleva.

Esto nos permite comprender al cuerpo como un medio de comunicación no verbal que expresa quiénes y cómo somos sin la necesidad de utilizar las palabras. A través de él y el tatuaje, las personas representan sus valores, ideales o cualquier aspecto de la vida que sea significativo o especial para ellos. Es, por tanto, un instrumento que nos sirve para reafirmar nuestra identidad personal ante los demás y, sobretodo, ante nosotros mismos (Sastre, 2011).

Los tatuajes son elecciones que vamos haciendo en nuestra vida, marcan un suceso, un evento, un hecho que delimita y se conecta con un recuerdo, una ilusión e incluso una fantasía que nos teletransporta a un estado pleno. Para mi, han sido una manera de expresar mis vivencias más significativas, al igual que, me han servido como pequeños recordatorios de mis avances en mi proceso personal.

Todos mis tatuajes son importantes para mi, cada uno representa un estado, un momento en el tiempo de mi vida que he querido conservar en imágenes. Utilizando mi piel como lienzo, sin querer me di cuenta que juntos cuentan la historia de cómo va mi vida hasta ahora.

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